Y dentro del tercer programa de cortometrajes del cine Avenida, Kote Camacho, nacido en Oyárzun
(Guipúzcoa), nos ofrecía su segundo cortometraje, Elkartea(2013). Podéis ver este cortometraje y otros anteriores del director en su página de Vimeo.
Estuvimos dieciséis minutos
guarecidos frente a la borrasca en una confortable y tradicional “sociedad”
vasca, algo, más que gastronómica, bajo las voces del orfeón donostiarra de San
Sebastián que cantaban marcando el paso de la tamborrada. Un grupo de amigos se
reúne y llena el estómago entre risas y buen vino. El autor nos pregunta
calladamente y entre líneas “y tú ¿qué harías?”. Un duelo entre los miedos de
los que nadan en la abundancia y la resignación o serenidad de quien nada tiene
que perder. Los cuchillos lucen lustrosos y bien colocados en la pared:
cualquiera puede empuñarlos si fuera necesario. El chuletón va sangrando en la
plancha: ¿estamos comiendo todos del mismo plato? ¿llegamos todos satisfechos a
los postres? Kote Camacho disecciona con bisturí inteligente eso que llamamos
amistad, esa solidaridad que nos llena la boca y que no se materializa.
Con su primer cortometraje, La
gran carrera (2010), nos contaba él mismo, que había ganado más de setenta
premios. Tres años de trabajo acertado y comprometido, concentrados en apenas
seis minutos, parecen estar produciendo una buena cosecha a pesar de los malos
tiempos y de las sequías existenciales. En esa opera prima nos presentaba el hipódromo de Lasarte (Guipúzcoa) a
principios del siglo pasado y unos caballos que tienen muy claro el objetivo y
la meta a la que deben llegar. Pero el director nos golpea desbocado con una
pregunta ¿cuánto tardamos en olvidarnos de nuestros muertos? ¿qué alcance
somnífero tienen las monedas? ¿cuál es el valor pecuniario de nuestros sueños?
Y ¿el de nuestras conciencias?
Kote Camacho, buen porte y
cabellos difíciles de ordenar, no se distrae. Va al grano y acierta en lo
esencial. Apenas necesita unos pocos minutos para hacernos dudar de todas
nuestras seguridades, para hacernos tambalear, y quizás caer de la montura de
nuestro veloz caballo, para llevarnos a la reflexión, porque a lo mejor somos
los próximos en quedarnos sin cubierto en el gran banquete. Y nos regala unas
gafas dolorosas para ver de cerca a quienes no llegan a la gran fiesta.
No hay comentarios :
Publicar un comentario