Casi todos y todas las que podemos leer estas líneas aprendimos en nuestra más tierna infancia a leer y a escribir con la paciencia y ciertas angustias o desvelos de alguna maestra o de algún maestro. A lo mejor nos costó, y hemos olvidado aquellos momentos. Quizás lo hemos recordado con cariño a menudo… Tanto la literatura como el cine han retratado la labor que desarrollaron y siguen desarrollando. Desde la biblioteca Vicente Aleixandre, deseamos comenzar este curso académico 2016-2017 rindiendo un homenaje a la labor docente con un pequeño inventario de fondos bibliográficos y algunas citas que esperamos les agraden.
Parece que nos conocen bien,
nada más vernos en las aulas. Más allá de resultados y estadísticas, la
convivencia y el denso día a día permite a menudo intuir el futuro del
alumnado. El entrañable Manolito Gafotas apunta: “Eso no lo digo yo, lo dice mi
sita Asunción que, además de maestra,
es futuróloga porque ve el futuro de todos sus alumnos. No le hace falta ni
bola de cristal ni cartas: te hinca los ojos en la cabeza y te ve dentro de
muchos años como uno de los delincuentes más buscados de la historia o ganando
un Premio Nobel detrás de otro. Ella no tiene término medio” (Lindo, Elvira. Manolito Gafotas. Madrid: Alfaguara, 2010.)
Ciertamente, podían equivocarse,
como en el caso de Juan Goytisolo: “Un día, ante mi persistencia en ser
escritor de novelas en las horas de clase en lugar de atender a las
explicaciones que el fraile nos daba, este me dijo: “Usted –me señaló con el
dedo– usted cree que será un día escritor y no lo será nunca. Es usted un
idiota”. Aguda premonición la suya, pienso ahora, pues, como se ha visto
después, no estoy dotado para otra cosa. Con decirles que no sé abrir ni un
paraguas…” (Mayordomo, Joaquín. Conversaciones en Tánger. Sevilla: Fundación Tres Culturas, 2009.)
Lo que no les gusta a los
docentes es que el alumnado esté así como ausente u ocupándose de otras tareas
en el aula, de eso tenemos certeza, aunque corramos los riesgos: “A mi sita no le gusta que te pongas a invitar
a la gente a un cumpleaños mientras ella explica un rollo de los climas del
mundo mundial.” (Lindo, E.)
Las equivocaciones de otros
maestros las decidía el régimen político vigente, como es el caso de don
Gregorio, el maestro que protagoniza la célebre historia de La lengua de las mariposas, también llevada a la gran pantalla. “El maestro aguardaba desde
hacía tiempo que les enviasen un microscopio a los de la Instrucción Pública.
Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por
aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras
entusiastas tuviesen el efecto de poderosas lentes”. (Rivas, Manuel. “¿Qué me quieres, amor?, Madrid: Alfaguara,1996.) Capaz de hacer soñar y ofreciendo ventanas al ancho mundo, a lo desconocido;
siempre deslumbrando y produciendo emociones intensas, ahí estaba don Gregorio.
“Cuando el maestro se dirigía hacia el mapamundi, nos quedábamos atentos como
si se iluminase la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los indios
cuando escucharon por vez primera el relinchar de los caballos y el estampido
del arcabuz. Íbamos a lomos de los elefantes de Aníbal de Cartago por las
nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchábamos con palos y piedras en Ponte
Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras. Fabricábamos
hoces y rejas en las herrerías del Incio. Escribíamos cancioneros de amor en la
Provenza y en el mar de Vigo. Construíamos el Pórtico de la Gloria. Plantábamos
las patatas que habían venido de América.” (Rivas, M.) Y así lo recuerda el
alumno: “Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro
hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas
cuidaban de un ganado que daba leche y azúcar y cultivaban setas. Había un pájaro
en Australia que pintaba su nido de colores con una especie de óleo que
fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba el
tilonorrinco. El macho colocaba una orquídea en el nuevo nido para atraer a la
hembra.” (Rivas, M.) Lecciones de vida, marcando las pasiones futuras,
contribuyendo a las elecciones profesionales: allí está la buena maestra, el
querido maestro, como buen compañero de viaje, o un buen libro que permite
vivir otras vidas imposibles. “Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio,
mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender cómo yo
quería a mi maestro. Cuando era un pequeñajo, la escuela era una amenaza
terrible. Una palabra que se blandía en el aire como una vara de mimbre.”
(Rivas, M.)
Ciertamente, algunas veces y en
otros tiempos que nos parecen ahora lejanos, en las aulas, podía no todo ser
cariño… y algunos docentes podían no ser tan queridos. Otros, han debido
ocuparse de las faltas de afecto que puede sufrir el alumnado y de satisfacer
ciertas carencias, y también han tenido que encargarse de comportamientos
atípicos, y ejercer labores detectivescas… “La sita Espe no me encontró traumas. Yo creo que no me miró bien. Le
dijo a mi madre que lo único que yo tenía eran ganas de hablar, muchas ganas de
hablar, que me moría por hablar y que eso más que una enfermedad es una pesadez
que uno tiene, como la pesadez de estómago. Vaya diagnóstico más idiota, así
también hago yo diagnósticos, no te joroba.” (Lindo, E.)
Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2014) en la magistral actuación de Javier Cámara nos acerca al maestro tolerante, comprensivo, y hombre de su tiempo. También Magical girl (Carlos Vermut, 2014), pero en un tono dramático pone frente a frente en un bar de barrio a dos profesores, uno jubilado y otro en situación de desempleo, interpretados por Luis Bermejo y José Sacristán.
Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2014) en la magistral actuación de Javier Cámara nos acerca al maestro tolerante, comprensivo, y hombre de su tiempo. También Magical girl (Carlos Vermut, 2014), pero en un tono dramático pone frente a frente en un bar de barrio a dos profesores, uno jubilado y otro en situación de desempleo, interpretados por Luis Bermejo y José Sacristán.
Y no siempre se pueden llevar a
cabo de modo exhaustivo los programas curriculares: “De todas maneras, lo
único que nos enseña la sita Asunción
en Ética es repetirnos mil veces que, como sigamos siendo ese pedazo de bestias
que somos, al bajar al patio acabaremos siendo unos delincuentes. Pero eso no
es nada nuevo, eso nos lo dice a todas horas, hasta en Matemáticas, hasta en
sueños me lo dice esa mujer despiadada.” (Lindo, E.) Y a lo mejor, o porque
aquellos son demasiado extensos, o por cuales quiera que sean las razones,
cuando toca evaluar los resultados pueden acontecer algunos eventos no
deseados: “La sita Asunción nos puso
una pregunta despiadada sobre los estados líquidos, sólidos y gaseosos. Todos
la miramos con cara de odio; una pregunta como ésa no se la deseo yo ni a mi
peor enemigo.” (Lindo, E.)
Y los docentes a veces también
pueden perder la paciencia y la compostura, por qué no. “La sita Asunción, fuera de sus casillas,
dio tres punterazos en la mesa y eso nos hizo acordarnos en masa de que
estábamos en el colegio, en una clase y con una sita despiadada: la sita
Asunción. Mi sita dice que da los
punterazos en la mesa para desahogarse. En el fondo, lo que a ella le gustaría
sería darlos sobre las cabezas humanas, pero tiene la mala suerte de que ahora
se lo prohíbe la Constitución española. “Si no fuera por la Constitución –dice
a veces mi sita Asunción–, ibais a estar más tiesos que unas velas del Santo
Sepulcro.”” (Lindo, E.)
De docentes que pasan por dificultades también nos ha hablado el cine: Los niños salvajes (Patricia Ferreira, 2012) , muestra los conflictos en la celebración de los claustros y 53 días de invierno (Judith Colell, 2006) , retrata con exquisita sensibilidad a una profesora de secundaria que tras haber sufrido una agresión por parte de un alumno, debe reincorporarse a las aulas.
De docentes que pasan por dificultades también nos ha hablado el cine: Los niños salvajes (Patricia Ferreira, 2012) , muestra los conflictos en la celebración de los claustros y 53 días de invierno (Judith Colell, 2006) , retrata con exquisita sensibilidad a una profesora de secundaria que tras haber sufrido una agresión por parte de un alumno, debe reincorporarse a las aulas.
Y es que las maestras y los
maestros también tienen sus dudas y algún que otro contratiempo. “Yo creo que
no me acuerdo nunca de la primera escuela que tuve como interina porque fracasé
en ella. Fue un fracaso mío, personal, porque no supe, no pude en tan poco
tiempo entrar de verdad en el pueblo. Trato de organizar los recuerdos y se me
escurren, se me escapan entre los dedos como peces todavía vivos que se vuelven
al agua al menor descuido” (Aldecoa, Josefina. Historia de una maestra. Barcelona: Editorial Anagrama, 1996.) Pero son capaces de emprender
cada nuevo curso con ilusión ante cada remesa de alumnos y alumnas, a pesar de
las dificultades. “Eran unos treinta. Me miraban inexpresivos, callados. En
primera fila estaban los pequeños, sentados en el suelo. Detrás en bancos con
pupitres, los medianos. Y al fondo, de pie, los mayores. Treinta niños entre seis
y catorce años, indicaba la lista que había encontrado sobre la mesa. Escuela
unitaria, mixta, así rezaba mi destino. Yo les sonreí. “Soy la nueva maestra”,
dije, como si alguno lo ignorara, como si no hubieran estado el día antes
acechando mi llegada.” (Aldecoa, J.) Pero no siempre esas ilusiones, esos
afanes por mejorar las condiciones del aprendizaje son bien vistas por los
demás: “-Aquí no ha venido usted a pintar la escuela. Aquí ha venido usted a
tener a los chicos bien enseñados. Así que déjese de pinturas…” (Aldecoa, J.)
Pero los ánimos no decaen a pesar de las adversidades.
“Yo me decía: No puede existir
dedicación más hermosa que ésta. Compartir con los niños lo que yo sabía,
despertar en ellos el deseo de averiguar por su cuenta las causas de los
fenómenos, las razones de los hechos históricos. Ese era el milagro de una
profesión que estaba empezando a vivir y que me mantenía contenta a pesar de la
nieve y la cocina oscura, a pesar de lo poco que aparentemente me daban y lo
mucho que yo tenía que dar. O quizás por eso mismo. Una exaltación juvenil me
trastornaba y un aura de heroína me rodeaba ante mis ojos. Tenía que pasar
mucho tiempo hasta que yo me diera cuenta de que lo que me daban los niños
valía más que todo lo que ellos recibían de mí.” (Aldecoa, J.)
Y el aula con el correr de los
tiempos fue, y sigue siendo, también espacio privilegiado para la utopía. “Es
natural que queráis saber, antes de empezar, quienes somos y a qué venimos. No
tengáis miedo. No vamos a pediros nada. Al contrario; venimos a daros de balde
algunas cosas. Somos una escuela ambulante y que quiere ir de pueblo en pueblo.
Pero una escuela ambulante donde no hay libros ni matrícula, donde no hay que
aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se
necesita hacer novillos. Porque el Gobierno de la República que nos envía, nos
ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas, a las más pobres, a las más
abandonadas y que vengamos a enseñaros algo, algo de lo que no sabéis por estar
siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden y porque nadie, hasta
ahora, ha venido a enseñároslo; pero que vengamos también, y lo primero, a
divertiros. Y nosotros quisiéramos alegraros, divertiros casi tanto como os
alegran y os divierten los cómicos y titiriteros…” (Aldecoa, J.)
Nada mejor que el documental Las maestras de la República (Pilar Pérez Solano, 2013) para comprender aquellos tiempos que pareciéndonos lejanos, no lo son tanto.
Nada mejor que el documental Las maestras de la República (Pilar Pérez Solano, 2013) para comprender aquellos tiempos que pareciéndonos lejanos, no lo son tanto.
Y para terminar este inventario
de reflexiones que nos han regalado escritores y escritoras acerca de la
experiencia del aula vista desde las diferentes aristas de un mismo prisma,
nada mejor que recordar a la maestra que permitió pernoctar en el recinto
escolar a Antonio José Bolívar durante cinco meses. Durante este tiempo, éste
pudo emocionarse con los cincuenta volúmenes que poseía aquélla en su
biblioteca ayudándose de su recién comprada lupa. Esta maestra de escuela que
en pocas líneas se nos dibuja entrañable, aun permaneciendo anónima, sin estar
de acuerdo con la elección, le permitió llevarse consigo uno de los libros. El
elegido “(…) contenía amor, amor por todas partes. Los personajes sufrían y
mezclaban la dicha con los padecimientos de una manera tan bella, que la lupa
se le empañaba de lágrimas.” (Sepúlveda, Luis. Un viejo que leía novelas de amor. Barcelona: Tusquets Editores, 2009.)
Pueden encontrar todas las obras
citadas en las estanterías de la biblioteca Vicente Aleixandre del Instituto
Cervantes de Tetuán. Y les animamos a que completen este pequeño inventario de
personajes literarios dedicados a la docencia o protagonistas que recuerdan sus
memorias de aula en tanto que alumnado con otras citas que puedan conocer, y que
aquí no estén presentes.
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