El pasado 4 de octubre el conocido
africanista, abogado y escritor Antonio Carrasco González ofreció una conferencia titulada «Teatro colonial hispanoafricano» en la que presentó un
recorrido por piezas teatrales de mediados del siglo XIX y primera mitad del XX
de temática vinculada a Marruecos. Al
comienzo, el autor trazó un panorama histórico para recordar algunos
precedentes clásicos de la literatura española cuyos argumentos transcurren en
el norte de África, como las comedias de cautivos cervantinas El trato de Argel (1582) y Los baños de Argel (1615), obras sobre
el rey Sebastián I de Portugal como la Tragedia
del Rey Don Sebastián y bautismo del príncipe de Marruecos (1618) de Lope
de Vega y la Jornada del rey Don
Sebastián en África (1634) de Luis Vélez de Guevara, y otras tan célebres
como El príncipe constante (1629) y A secreto agravio, secreta venganza (1635)
de Calderón de la Barca.
A continuación, el
escritor se adentró en la prolífica dramaturgia que surgió tras la Guerra de
África (1859-1860) y que se inspiró directamente en los conflictos bélicos entre
España y Marruecos. Se trataba de un teatro patriótico y nacionalista que
atraía al gran público, con títulos como La
toma de Tetuán (1860) de Juan Landa, o Un
recluta en Tetuán (1860) de José María Gutiérrez de Alba. Entre la ingente
cantidad de obras publicadas, destacaron las de autores como Serafí Pitarra, poeta
y empresario teatral, que fue autor de parodias llenas de ironía también
acompañadas de música como L’Africana (1866),
El moro Benani (1873), La butifarra de la llibertat (1864), o Las píldoras de Holloway o la pau d’Espanya
(1864). Dentro de este teatro dedicado a la exaltación nacional, impregnado más
de valores patrios que literarios, también destacaron autores como el
libretista Fiacro Irairoz que llevó a la zarzuela estos argumentos de la mano
de grandes músicos (fue colaborador de Fernando Chueca y Roberto Chapí). Es por
ello que estas piezas no pueden ser relegadas a la esfera de lo subliterario,
ya que aunque fueron creadas al calor de los acontecimientos del momento y las
preferencias de la mayoría, sus vínculos con las producciones más cultas fueron
evidentes a través de las colaboraciones entre autores que eran bastante frecuentes
en la época. Así, aunque la mayoría de las obras tenían una breve extensión muchas
estaban escritas “a dos manos”, caso del teatro cómico y grotesco de Enrique
García Álvarez, que escribió en colaboración con Carlos Arniches obras tan
exitosas como El perro chico (que se
estrenó el 5 de mayo de 1909 en el Teatro Apolo de Madrid y enseguida se
difundió ampliamente en la famosa colección La
novela teatral –de carácter periódico- y en cientos de pliegos de cordel).
Estas piezas teatrales breves adscritas al teatro humorístico y castizo seguían un esquema conservador, pero también
sirvieron para la crítica social al usar la comicidad con gracia, acidez e
ingenio contra los viejos valores, la doble moral y la hipocresía.
Carrasco también
comentó que el costumbrismo fue otro los reclamos de estas obras, que
presentaban los usos sociales bajo un prisma sesgado y poco realista, como Famma y El deber (ambas de 1913) del militar de Infantería Antonio Vera
Salas. «La luna ha besado mi frente africana, mi sangre caldean los rayos del
sol. Yo soy mora ardiente de labios de grana, mis ojos abrazan gallardo español…
Yo soy flor moruna que el Rif ha criado, guerrero cristiano: tú eres mi
ilusión», son algunos de los versos de Famma
recitados en esta conferencia para ilustrar el uso de las costumbres rifeñas
solo como trasfondo para perpetuar tópicos y estereotipos nacionales. Así, este
tipo de dramaturgia intentaba presentar al público español escenas y retratos
de la sociedad marroquí pero sin profundidad, bajo una perspectiva paternalista
y moralizante en la que se dejaban traslucir valores conservadores muy alejados
de la comprensión e interés por la cultura local. Otro ejemplo citado es El Ramadán (1906) del autor de sainetes Ramón
Lobo Regidor, que se subtituló Fantasía
morisca en un acto y en ella participó Luis Pascual Frutos –conocido
libretista de zarzuela- con música de los reconocidos compositores Mariano Soriano
y Luis Floglietti. Con estos ingredientes (temas populares, brevedad, música)
esta dramaturgia gozó de la afición del gran público, que podía asistir a más
de dos representaciones cada semana o leer y coleccionar las piezas publicadas
sueltas o como folletos de series periódicas. Qué duda cabe que este teatro
menor se alimentaba de la afición de mucha gente por los pasos o «pasillos
burlescos» que habían conocido su momento cumbre en tiempos de Carlos IV y que
continuaron arraigados en el gusto popular hasta finales del siglo XIX.
En este recorrido,
Carrasco destacó la singularidad de muchas obras que trataron la Guerra del Rif
o de Melilla (1909-1910) y el desastre de Annual (1921), por el interés que el
tema de Marruecos suscitaba en el público, aunque las piezas se presentaban muchas
veces bajo el perfil de otros géneros breves musicales como la opereta, la
zarzuela y el teatro lírico destinados principalmente al entretenimiento
popular. En esta dramaturgia se citaron obras como Prisioneros en el Rif (1922) del comediógrafo Pascual Guillén, Alma española (1925) y Maldición para Abd-el-Krim (1926) del
periodista Ramón Blanco y Rojo de Ibáñez, El
héroe de la legión (1927) del corresponsal de guerra y cineasta Rafael
López Rienda –con su amigo Benjamín Jarnés-, y la zarzuela La bandera legionaria (1926) de Manuel Fernández Palomero. Más
allá de la forma o estilo que pudieran adoptar las piezas, ya que en muchas
ocasiones los argumentos se reducían a caricaturas de gruesas pinceladas, lo
importante es que se mantenían los temas a través de episodios significativos que
interesaba recordar al público.
Más avanzado el siglo XX, Carrasco
comentó que continuó la publicación y representación de obras que tomaban
Marruecos como telón de fondo de una ideología nacional, tradicionalista y
antiliberal, aunque este tipo de producción ya fue menos prolífica. Destacó
títulos como La danza de los velos
(1939) de José María Pemán y Salam. La
paz sea contigo (1944) de Carlos Orellana, que vieron la luz en La escena una de las pequeñas
colecciones teatrales de postguerra en la que también publicaron autores tan
aplaudidos como Pedro Muñoz Seca, Carlos Arniches o Enrique Suárez de Deza. El
tema de Tánger como espacio y referencia literaria sirvió para cerrar esta
conferencia, con las citas de Tánger
(1945) de Joaquín Calvo Sotelo y Último
verano en el paraíso (2009) de Jesús Carazo, de la cual se subrayó su valor
literario y evocador.
Con la erudición del investigador, del amante
de un género y de un gran bibliófilo y coleccionista (dado que Antonio Carrasco
tiene una valiosa biblioteca particular, en la que cuenta con ejemplares de
todas las obras que cita en sus publicaciones) el autor constató que a lo largo
de los siglos estas piezas han contribuido a la construcción de un imaginario
social. Más allá de ser pasatiempo o piezas destinadas al entretenimiento
efímero, esta dramaturgia a través de sus alusiones, símbolos y metáforas refleja
una manera colectiva de entender Marruecos que ha perdurado en muchas
mentalidades hasta nuestros días como hilos entrecruzados de la historia, la vida
cotidiana y lo literario. Dentro del ciclo «Los vientos de África», y en colaboración con la Universidad Abdelmalek Essaâdi (donde impartió
otra conferencia en el Departamento de Lenguas de la Escuela Normal Superior de
Martil), esta conferencia ha inaugurado el año académico con un tema apasionante.
Para seguir leyendo:
(2007)
Derecho colonial en África y su
aplicación al origen del ordenamiento español en Guinea (1977-1858), Madrid:
Universidad Complutense.
(2009)
Historia de la novela colonial hispanoafricana, Madrid: Sial.
(2012) El reino olvidado: cinco siglos de España
en África, Madrid: La esfera de los libros.
No hay comentarios :
Publicar un comentario