Este sábado 18 de octubre nos reunimos con Jordi Soler para comentar la primera obra de la trilogía Una guerra perdida: Los rojos de ultramar, tres novelas y diez años explican la situación de este escritor mexicano y español, al tiempo que la de miles de personas exiliadas a propósito de una guerra que no era la suya. Una novela que le costó escribir ya no sólo por ser parte de su vida, sino por la cantidad de referencias históricas que tuvo que tener en cuenta para ser fiel a todas esas vidas truncadas.
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| Jordi Soler durante el club de lectura |
Jordi Soler asegura comenzar sus libros con una imagen, una idea o un verso, y a partir de ahí desarrollar la novela sin dar marcha atrás, recomponiendo, porque la lógica de la novela siempre le lleva a buen puerto. Para este escritor, entre La Ilíada y La Odisea ya está todo contado desde hace más de dos mil años: el odio, las guerras, las envidias, los enredos familiares, la culpa o el amor, todo lo escribió ya Homero. Desde su adolescencia, la mitología le mantiene enganchando y por eso en uno de sus último libros, En el reino del toro sagrado (Alfaguara, 2024), combina mitología griega y mexicana.
Otros temas recurrentes en sus novelas son la violencia territorial y la idealización de la naturaleza. Considera que, en la actualidad, existe una cierta ingenuidad al hablar de la naturaleza, quizá porque su propia experiencia vital proviene de un territorio donde bajar la guardia implica perder: cuando una serpiente se acerca para atacarte, debes adelantarte para sobrevivir. Creció, por tanto, con una conciencia ecológica distinta, más ligada a la realidad y al instinto que a los discursos idealizados. Desde su perspectiva, el buenismo que impregna el discurso ambiental contemporáneo no beneficia ni a la naturaleza ni a quienes convivimos con ella.
Los lectores iniciaron el diálogo preguntándole si, veinte años después y con la Ley de Memoria Histórica ya en vigor, habría escrito el mismo libro. Él respondió que sí: habría contado exactamente la misma historia, porque más allá del trasfondo político, su intención principal fue construir una novela que funcionara narrativamente. Otro lector le planteó una cuestión sobre su visión fatalista de la sociedad mexicana, reflejada en la corrupción y la aparente conformidad de los pueblos indígenas descritas en la obra. Jordi Soler explicó que su familia sufrió mucho en ese contexto y que lo narrado —aunque recibió duras críticas en México— es una descripción fiel de la realidad, sin adornos ni invenciones, una realidad que, recordó, ya había retratado magistralmente Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950). Tal vez, sugirió, el verdadero origen de la novela esté en su propia identidad dividida: siempre se ha sentido un catalán en México y un mexicano en Barcelona.
Al ser interrogado sobre su familia y la manera en que la retrata en la novela, un lector le preguntó si el conflicto de identidad estaba presente en la obra. Él respondió que no se sentó a escribir sobre su familia, sino a contar una historia que, según sus propias palabras, era perfectamente narrable y para la cual disponía de todos los elementos necesarios, sin importar si eran verdaderos o no. De este modo, dejó claro que en la escritura de esta novela no hubo un propósito terapéutico ni de reconciliación personal, sino únicamente ambición literaria.
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Lectores del club de lectura del sábado 18 de octubre con Jordi Soler.
Para Jordi Soler la vida está llena de grandes historias y lo importante es saber contarlas en una frecuencia en la que no interfieran ni las ideologías ni las heridas familiares. Considera que, al hacerlo, contribuye —aunque sea de manera modesta— a la narrativa de la especie. Relatar la historia desde el yo narrativo le brindó una perspectiva más cómoda, que además le permitió involucrarse más profundamente en la novela. Esto no significa que todo lo narrado ocurriera exactamente como se cuenta, pero sí que cada elemento tiene un anclaje en la realidad.
«En una guerra nadie puede decidir realmente nada». Esta frase quedó grabada en la memoria de una lectora, y el escritor añadió que, en realidad, tampoco en la vida tomamos grandes decisiones: nacemos y nos desarrollamos dentro de unos cuadrantes determinados por circunstancias que, en gran medida, deciden por nosotros. A partir de esta idea, Jordi Soler respondió a las preguntas de otros lectores sobre la figura de Arcadi y su transformación —de comunista a capitalista— como un ejemplo de cómo las ideologías y las posturas personales se moldean a partir de los acontecimientos vitales, más que de decisiones plenamente conscientes.
Terminamos el club con una buena noticia: el escándalo que esta novela provocó en Francia al sacar a la luz aquellos campos de concentración que la historia había borrado del recuerdo colectivo tuvo, al menos, una consecuencia significativa. En la playa de Argelès-sur-Mer, el alcalde —hijo de un refugiado español— leyó la obra y decidió rendir homenaje a las víctimas: organizó una presentación del libro y mandó colocar una placa conmemorativa en el lugar donde tantos refugiados perdieron la vida, víctimas de una guerra que, probablemente, tampoco era la suya.
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